Llevo días
pensando qué se dirá dentro de cien años-si se llega- de nuestra época. Cómo la
calificarán los historiadores, los políticos, qué pensarán de nuestro arte, de
nuestra cultura, de nuestra vida en sociedad. Cómo catalogarán nuestras
costumbres, nuestras formas de asociarnos, nuestras estructuras económicas.
Y para ser
breve resuelvo que no quisiera ser yo ese historiador. Tendría que decir que el
mundo se componía de una superestructura económica que dominaba las decisiones
individuales de los gobiernos. Que la sociedad fue avanzando cada vez más en la
división según la riqueza o pobreza de los países, que el asociacionismo no
existía o era papel mojado. Que la tecnología se usaba por los grandes emporios
de la comunicación para inundar a los ciudadanos de informaciones irrelevantes
y darles una ilusoria sensación de libertad. Que las decisiones sobre la
naturaleza, el medio ambiente, la habitabilidad del planeta se hacían sólo si
beneficiaban a los poderes económicos
dominantes. Que no existía posibilidad real de intervención alguna del ciudadano
en las cosas que le afectaban. Que nadie
se rebeló realmente contra ese estado de cosas. Que las revoluciones eran
inmediatamente manipuladas y diluidas en soflamas. Y así siguiendo.
Menos mal que
no tendré ocasión de hacer esa crítica.
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